Vivir o sentirse vivo: entre lo nutritivo y lo delicioso (parte 3 y última)
Tercera y útima entrega del artículo sobre cómo aprendemos a comer y sobre las interferencias culturales y evolutivas que han hecho que comamos lo qué comemos y que comamos cómo comemos
Termino este recorrido por el aprendizaje del gusto, de nuevo solo para suscriptores. Si te perdiste las dos entrega anteriores a qui las tienes.
La apreciación del sabor a través de los receptores gustativos de la boca y la lengua -pero también de los olores en la nariz y de la textura-, que es aquello con lo que identificamos lo que nos produce placer cuando lo comemos, es también la herramienta que usamos para determinar lo que es bueno para alimentarnos. Y la clave está en nuestro complejo reptiliano, la parte más antigua y primitiva de nuestro cerebro, la que controla las funciones más básicas como la respiración. Así que, del mismo modo que el placer es la recompensa por reproducirnos, también lo es por conseguir los nutrientes que nos mantienen vivos. Dicho de otro modo, la búsqueda de lo delicioso es lo que nos nutrió y nos mantuvo y nos mantiene vivos. Y esto funciona porque, al final, lo que necesitamos, lo esencial para mantener nuestras constantes vitales en funcionamiento, es bastante simple y predecible, y porque aquello que fue bueno para nuestros antepasados, seguramente lo seguirá siendo para nosotros. Por eso es una información y un sistema de recompensas que se almacena en la parte más antigua de nuestro hardware.
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