Mi tatarabuelo, el hombre que trató de salvar de la filoxera a esta parte del mundo (1)
Primera parte de la expedición de Frederic Trèmols i Borrell, mi tatarabuelo a Estados Unidos en busca de vides americanas con las que combatir la filoxera que asolaba los viñedos españoles
(Este iba a ser un artículo largo, así que para facilitar su lectura, hoy publico la primera parte y en los próximos días publicaré la segunda, solo para suscriptores de pago)
Hoy venido a chulear un poco. A ver, todos tenemos en nuestra familia a algún personaje ilustre más o menos cercano. También es verdad que de algunos es posible presumir, pero a veces hay otros de los que no y, en consecuencia, sobre los que las familias terminan guardando un significativo y prudente silencio. Yo estoy de suerte y de mi antepasado la verdad es que se puede chulear bastante. En mi caso -y de quién les voy hablar hoy- se trata de mi tatarabuelo materno, Frederic Trèmols i Borrell nacido en Cadaqués en 1831 y fallecido en Barcelona 1900. Ya les hablé un poco de él aquí, pero hoy quisiera contarles algunas cosas con más detalle, no con la precisión del historiador que obviamente no soy, sino con la pasión del cuentacuentos que siempre he querido ser.
Eso sí, como aquí no se cuentan mentiras, mucho de lo que leerán a continuación proviene de lo que en su día escribió Marià Baig Aleu, doctor en Ciencias Físicas por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y miembro del Centre d’Història de la Ciència (CEHIC) de la UAB, amén de vicepresidente del Institut d’Estudis Empordanesos, en cuya publicación Annals de l'Institut d'Estudis Empordanesos publicó el artículo A la recerca de vinyes americanes: el viatge del Dr. Frederic Trèmols als Estats Units l’any 1880 1.
Esta historia -este cuento, si lo prefieren- va de vino, de vides, de filoxera y de viajes y expediciones científicas, algo que era moneda común en la segunda mitad del siglo XIX. No en vano, el famoso viaje de Charles Darwin a bordo del HMS Beagle fue entre 1831 y 1836. Obviamente, lo de mi tatarabuelo fue algo más modesto. Un cosa es chulear y otra tirarse el pisto.
Frederic Trèmols i Borrell Frederic estudió en el Colegio de Humanidades de la Bisbal d’Empordà y en el Instituto Provincial de Gerona, para hacerlo más tarde en la facultad de Farmacia de la Universidad de Barcelona, donde se licenció en julio de 1853 con premio extraordinario. Después fue a Madrid, donde se doctoró en Farmacia el 8 de marzo de 1856. Después de una corta estancia en la Universidad de Granada, obtuvo la cátedra de Farmacia químico-inorgánica de la Universidad de Barcelona el 16 de junio de 1862, cargo que no abandonó hasta a su muerte, en Barcelona, el 21 de enero de 1900.2
Era hijo de la “nobleza” de Cadaqués, el tercero de cinco hermanos en una familia que eran los boticarios del pueblo. Y ya se sabe que después del cura, el alcalde y el jefe de la Guardia Civil, el boticario ha sido siempre una de las figuras de autoridad clave en cualquier pueblo. Y como más pequeño y aislado fuera el pueblo, pues esta afirmación más cierta era. Tengan en cuenta que hasta bien entrado el siglo XX, en Cadaqués había más gente que había estado en Cuba a miles de kilómetros a la que se podía llegar por mar, que en Figueres a poco más de 30 km por tierra, pero capital de comarca con la que no había una carretera que la uniera, solo caminos -literalmente- por donde solo podían circular los carros.
Pero a pesar de su formación como químico y farmacéutico, la auténtica pasión del doctor Trèmols era la botánica, especialidad en la que logró ser una autoridad no solo a nivel español, sino europeo. En este sentido, lo más recordado hoy de su labor en este campo es el herbario que confeccionó a lo largo de toda su vida y que se conserva en el Instituto Botánico de Barcelona, aunque inicialmente fue depositado en la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona por parte de su viuda, mi tatarabuela, Maria Borrell i Llorenç (1853-1929).
Y en eso llegó la filoxera.
No me voy a extender en explicar cómo este insecto (dactylasphaera vitifoliae, pero popularmente conocido como Phylloxera vastratix) se cepilla las vides. Solo apuntar que su ciclo vital -con varias fases subterráneas y otras aéreas- han complicado su detección y erradicación. Es un bicho endémico en las vides americanas, pero curiosamente estas son genéticamente inmunes a sus estragos contrariamente lo que sucedía con las europeas. De hecho, en Europa la filoxera llegó con la introducción involuntaria de cepas americanas infectadas, de la variedad Isabela originaria del estado de Georgia muy resistente al oidium, pero muy sensible a la filoxera.
La filoxera apareció en Francia en 1863 y se lió parda. Como es costumbre, en España nadie nadie hizo nada hasta que fue demasiado tarde. Principalmente por dos motivos. Por un lado, gracias al proverbial optimismo y confianza en la providencia con los que se vive en España, se pensó que los Pirineos actuarían como un cordón sanitario natural que protegería los viñedos. Y por otro, el desastre que estaba causando el insecto en -como dice el tópico- el país vecino disparó la demanda de vinos españoles, así que nadie iba a mover un dedo que no fuera en la dirección de producir y producir para vender y vender. Eso de cuando veas las barbas tu vecino pasar, pon las tuyas a remojar no ha sido nunca muy de aquí.
Finalmente, y como era de esperar, el bicho llegó a España por tres puntos. El puerto de Málaga, la frontera portuguesa por el Duero desde Oporto y, claro, finalmente se saltó los Pirineos -y hubiera saltado lo que hubiera hecho falta- y también entró por el Alt Empordà (Girona). Era el año 1879 y entonces todo fueron prisas. Ya en 1878, el gobierno había promulgado la Ley de Defensa Contra la Filoxera, que preveía la prohibición de «la introducción en el territorio de España y sus islas adyacentes de sarmientos, barbados y púas de todos los residuos de la vid, como los troncos, raíces, hojas, tutores y cuanto haya servido para el cultivo de este arbusto, aunque se importare como lefia o combustible, así como de todo género de árboles, arbustos y cualesquiera otras plantas vivas, sea cual fuere su procedencia».
Con este medida se intentaba evitar la introducción de vides o partes de la vid infectadas, pero resultó finalmente -como se ha visto- no solo inútil, sino que interfirió en los proyectos de reconstrucción de los viñedos con injertos de pies de viña americanos. Así que la alternativa que quedaba era intentar traer semillas de variedades americanas, plantarlas y esperar que la planta se desarrollara lo suficiente para que fuera posible, entonces sí, realizar un injerto. Un proceso mucho más lento, especialmente cuando la necesidad apremia, porque hay un insecto que está terminando con toda una industria.
Así las cosas, se pueden imaginar que se crearon comisiones y comisiones de estudio para decidir qué era lo que había que hacer. Perder el tiempo mientras un problema se te come por las patas también es algo muy peninsular. Es una tradición ancestral que como todas las tradiciones ancestrales viene de lejos. Pero bueno, al final como mínimo en la Diputación de Barcelona tuvieron la idea de mandar a un comisionado a Estados Unidos para que estudiara las variedades de viñedos americanas, la forma de cultivarlas, los vinos que se producían y que trajera a Barcelona semillas de estas de variedades –introducir esquejes estaba prohibido, como hemos dicho– para poder cultivarlas en la Granja Experimental de la Diputación. El elegido para esta misión tan importante (ejem, ejem) fue mi tatarabuelo Federic Trèmols i Borrell.
Pero la cosa no iba a ser tan fácil. Mi tatarabuelo era catedrático y como tal no podía dejar su cátedra y sus obligaciones académicas así sin más, ni que fuera para ocuparse de un problema urgente e importante. Lo dicho del problema que se te come por las patas y la necesidad de acelerar las cosas. Necesitaba, nada más y nada menos, que una autorización Real, que le fue concedida el 11 de diciembre de 1879. Doce días más tarde, el doctor Trèmols recibió un adelanto de 3.000 pesetas de la época para hacer frente a los gastos de su viaje y el 4 de enero de 1880 se embarcaba en el puerto Barcelona en el vapor Méndez Núñez con destino a Cuba, con escalas en València, Cadiz y Puerto Rico. El barco llegó a Cuba el 2 de febrero de 1880 y de allí mi rebesavi embarcó en el SS Morgan que lo acercó a Nueva Orleans, después de pasar dos semanas en la isla, el 25 de febrero.
Así de entrada, me sorprende que el viaje fuera en pleno invierno si la misión era recolectar semillas. En la vid, las semillas se encuentran en la uva y está claro que en invierno estás aún no han aparecido. Así que el plan, nada más llegar a Nueva Orleans no era otro que establecer el plan, porque la improvisación es otra de las características propias de los peninsulares.
«Una vez instalados en aquella populosa ciudad, se recogieron los datos que pudieran ofrecer algún interés para nuestro objeto, al propio tiempo que fijamos el plan de expedición más acomodado a las circunstancias especiales de la misión que íbamos a desempeñar y a las del vastísimo país que teníamos que recorrer. La buena acogida que nos dispensaron el Cónsul de España, la Academia de Ciencias naturales y otros centros científicos, así como los numerosos compatriotas que residen en el barrio latino de la cosmopolita capital del Mississippi, favorecieron eficazmente nuestro propósito, facilitándonos los datos y noticias más conducentes a fin de fijar nuestro itinerario directamente hacia los puntos donde podíamos encontrar mayor copia de materiales para llenar cumplidamente nuestra comisión, evitando los rodeos, contramarchas y excursiones inútiles, que hubieran sido altamente onerosas; mucho más tratándose de unos Estados tan vastos como los que componen aquel singular país.»3
Esto escribió mi tatarabuelo sobre cuáles eran sus intenciones nada más desembarcar. Lo hizo en el Informe Trèmols, la memoria del viaje que publicó en 1881 y del que no he sido capaz de encontrar una copia, aunque seguro que es porque he buscado poco.
También estableció un itinerario que, si tenemos en cuenta lo que sabemos del vino hoy en día en Estados Unidos, puede resultar sorprendente. Esto es lo que Antoni C. Costa le cuenta al jefe de la sección de Fomento de la Diputación de Barcelona, Adolf de Puiguriguer, en un carta respecto las intenciones del doctor Trèmols:
«Acabo de recibir carta de D. Federico Trèmols, fechada en Nueva Orleans el 25 de febrero último, en que dice que se dirigirá a S. Luis del Missouri para procurarse semillas de un depósito que le dicen existe allí para remitirlas enseguida y emprender luego la ruta hacia Tejas para ver las vides salvajes de allí, pasando después a los Estados de Georgia, las Carolinas, etc. para ver las plantaciones y finalmente seguir hacia Baltimore, Filadelfia, Washington y New-York para encaminarse allí en dirección a Europa. Añade que ya me irá dando sucesivamente noticias de todo lo que haga y que pueda inquirir».
Ni una referencia a cualquier intención de pisar California y los ahora famosos y conocidos valle de Napa y condado de Sonoma. ¿Cómo puede ser? Explicar ahora la historia de la viticultura de Estados Unidos sería largo y no encaja con el propósito de este artículo, que ya les he dicho que es básicamente chulear de tatarabuelo. Solo unos apuntes rápidos. Las vides salvajes son conocidas en Estados Unidos desde los tiempos de los vikingos y de hecho las hay por todo el país, en la costa Este y los estados del Midwest también. El explorador italiano Giovanni da Verrazano ya describió las de Carolina del Norte en 1592 y el capitán británico John Smith, en 1619, escribió a Inglaterra que había vides por todas partes. De hecho, desde los tiempos de la colonia británica se hacía vino con uvas autóctonas en Baltimore, Nueva York, Long Island, Pennsylvania, Georgia… Con poco éxito porque era un vino muy malo. Y los intentos de importar vides europeas tampoco fueron muy allá, porque se morían al cabo de dos o tres años de ser transplantadas (¿por culpa de la filoxera?).
Por contra, en California y a pesar de que Fray Junípero Serra ya en 1769 se mostró entusiasmado por la posibilidad de hacer vino en California, la verdad es que una industria del vino -y aun en una forma muy incipiente- no se empezó a desarrollar hasta mucho más tarde. Los primeros intentos no llegaron hasta los 1830, y para que los vinos californianos fueran una realidad -sobre todo hechos con variedades europeas adaptadas- aún faltaba bastante. El propio Trèmols se da cuenta de que «desgraciadamente, la vini y viticultura, en los Estados-Unidos, son ramos de la industria agrícola que datan de muy reciente fecha, puesto que no cuentan más que de 12 a 20 años de existencia. Es, por lo tanto, escasa la experiencia que los especialistas, naturales del país, han podido acaudalar sobre tan importantes materias, y, como es consiguiente, el acopio de datos que nos fue permitido recoger, aun que reúne todo lo más escogido y esencial acerca la ampelografía y viticultura americanas, es relativamente pobre en datos prácticos y en detalles esenciales, que tan sólo puede sugerir una dilatada experiencia de muchos años».4
Así que cuando Trèmols desembarcó en los Estados Unidos no es extraño que la costa este fuera el territorio por el que principalmente decidiera moverse. Más aún cuando su interés eran las variedades autóctonas -salvajes y cultivadas- resistentes de forma natural a la filoxera. Por otro lado, y como explica él mismo en otra de sus cartas, el coste de la vida en aquel país y su enorme extensión podían hacer que la cosa se alargara y que la carga financiera para las arcas de la Diputación de Barcelona fuera de aúpa.
Pero mi tatarabuelo era un científico y sabía que lo que se proponía, para hacerlo. bien «exigía la determinación científica de todas las especies salvajes, que crecen espontáneamente en diversas comarcas, observadas en varios puntos, debiendo versar este trabajo sobre una colección de ejemplares recogidos y preparados durante la estación oportuna por el propio comisionado; hacía indispensable, asimismo, el examen, sobre el campo, de todas las variedades que se cultivan, observándolas en diversos períodos de la vegetación anual, reconociendo a la vez el grado de resistencia que oponen a los ataques del maléfico insecto, el género de cultivo a que se las somete, así como las condiciones del clima, naturaleza de los terrenos y demás circunstancias inherentes a este importante ramo de la agricultura; e imponía, finalmente, la necesidad de investigar las cualidades de los frutos y de los vinos que dichas variedades producen, estudiando, además, atentamente todos los detalles delos procedimientos de vinificación aplicados por los vinicultores americanos». 5
Hasta aquí, esta primera parte, pero aún hay muchas más cosas que contar. En los próximos días, todos los detalles de cómo terminó el viaje de un hombre de ciencia que trató de salvar su parte del mundo de la filoxera.
Baig Aleu, Marià: Annals de l’Institut d’Estudis Empordanesos Vol 51 (2020) pág. 355-378.
Baig Aleu, Marià. Op cit pág 359.
Baig Aleu, Marià. Op cit pág 366.
Baig Aleu, Marià. Op cit pág 367
Baig Aleu, Marià. Op cit pág 367