Delirios de posteridad
Importancia e irrelevancia no son incompatibles. Se puede haber hecho la mayor de las contribuciones y eso siempre estará ahí, pero llegará un día en que otros tendrán el protagonismo que tú tuviste.
Memento mori es un dicho en latín que significa literalmente «recuerda que morirás». Se empleaba, por ejemplo, para recordarle al general triunfante en una batalla que no se viniera muy arriba, que no se engorilara, pues la condición mortal es infranqueable y nos alcanza a todos, sin importar logros y éxitos del pasado. Y ya que hablamos de militares, tampoco está de más tener claro eso de que una retirada a tiempo es una victoria. En este sentido, no me queda otra que recordar las palabras de Susana Quadrado -mi menorquina preferida y mi jefa en La Vanguardia- en este caso, sobre Rafa Nadal, cuando escribía que retirarse a tiempo «es el acto de mayor elegancia posible. Justo en el momento en que comienzas a sospechar que un minuto más sería intolerable». Todo lo demás es tratar de vivir del cuento, de glorias pasadas o, directamente, egolatría.
Claro que ese «culto, adoración o amor excesivo de uno mismo», que es como se define la egolatría, puede ser consecuencia, en parte o en todo, de la idolatría, o sea, del «amor excesivo y vehemente a alguien o algo». Nadie está libre de caer en tales flaquezas, ni los periodistas que una vez y otra y otra nos meten a elBulli y a Ferran Adrià hasta en la sopa, ni -claro- el propio Ferran Adrià. Es lo que pasa cuando se confunde la relevancia -o la irrelevancia en este caso- con la importancia.
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