El filósofo goloso y de la buena vida
Nueva entrega para la sección Gente interesante. Hoy, Eduardo Infante, el pensador de la buena vida en el mejor de los sentidos posibles: «Vivir sensata, libre y dignamente en ese mundo».
Este señor de la foto, en penumbra, con mirada intensita, haciéndose el interesante, como si fuera un actor de cine de los años 40 o 50 del siglo pasado, es filósofo. Y andaluz, de Huelva, y del Real Betis Balompié, manque pierda. Quizás alguno lo conocerá por esos #FiloRetos que lleva tiempo planteando en X o por alguno de sus libros (Filosofía en la calle, No me tapes el sol, Gastrosofía [con Cristina Macía], Aquiles en TikTok y Ética en la calle). Se llama Eduardo Infante, da clases en un instituto de Gijón, donde vive, «porque -como asegura él mismo- la historia de un hombre, siempre la escribe una mujer».
Los que siguen esta newsletter, y además la leen, además de doble mérito, se habrán dado cuenta de mi predilección por la filosofía. A fin de cuentas, filosofía y periodismo comparten el hecho fundamental de hacer preguntas. Después viene el periodista finolis que te corrige y te dice que el objeto del periodismo son las respuestas. Bueno, sin duda las preguntas anteceden a las respuestas, pues sin buenas preguntas no hay buenas respuestas. Y después de las respuestas, si no nos satisfacen -a los filósofos y a los periodistas- vienen las repreguntas, y así en un bucle infinito para tratar de acercarse a eso que llamamos la verdad.
Con todo, tengo amigos que me recomiendan que no haga eso; que no mezcle filosofía con gastronomía. No entiendo por qué. «Cocinar nos hizo humanos y se puede pensar», asegura Eduardo. Quizás creen que queda muy esnob, que el comer es algo más hedonista que intelectual. Yo, al contrario, creo que vale la pena darle algo de enjundia intelectual -con perdón- a la reflexión gastronómica. De hecho, creo que es absolutamente necesario y en cualquier caso es el camino que he decidido transitar. ¡Qué se aparten de él los impíos y los incrédulos! Si la vida se piensa, la gastronomía también. «A la gastronomía se le dedica menos pensamiento del que merece», afirma contundente Eduardo.
Quizás ignoran que la filosofía se ha ocupado de la dietética, o sea, la ética de la dieta, desde siempre. Si la antropología -otra de mis debilidades- es la ciencia que mejor explica qué comemos, cómo comemos y por qué comemos, la filosofía, siempre tan dispuesta a dirimir la disputa de la preeminencia entre el cuerpo y la razón, contribuye, por ejemplo, a establecer el marco ético en el que el comer tiene lugar: la ética de la dieta y el placer:
«¡Cuidado con el concepto de placer! Hay que saber relacionarse con él. La filosofía explica cómo establecer un control sobre el placer, pero sin moralizar, cosa de la que encargan las religiones. Aunque eso no quiere decir que no haya una forma ética de comer (…) Nosotros podemos determinar qué queremos comer, del mismo modo que podemos determinar cómo queremos vivir».
Si quieren saber de qué les estoy hablando, echen un vistazo a Le ventre des philosophes, de Michel Onfray -un filósofo francés que se ha ocupado mucho de estas cuestiones-, o al propio Gastrosofía, de Eduardo y Cristina. Pero bien, aquí hemos venido a hablar de Eduardo.
A menudo se tiene una imagen muy distorsionada de los filósofos, como gente atormentada, todo el día enfrascada en intentar resolver las preguntas más fundamentales sobre la realidad, la existencia y el ser, absortos en la metafísica, como si esto les impidiera disfrutar de la vida. Eduardo no. Eduardo cree que el pensamiento es importante, «pero también vivir ese pensamiento y encarnarlo». Él es un goloso y un disfrutón -su madre fue cocinera profesional, pero ¿qué madre no lo es?-, convencido de que no hay nada mejor que vivir en plenitud, de otra manera no hubiera escrito jamás un libro como Gastrosofía. Le gusta comer bien, beber mejor y cocinar, por algo tiene un pedazo de cocinón en su casa de Gijón. Eso sí:
«Vivir en plenitud depende enteramente de nosotros mismos y no de las modas, de los bienes externos o del consumo. No sabemos vivir bien, porque no sabemos qué es lo bueno. Lo bueno no es lo deseable. De hecho, en una sociedad consumista como la nuestra, el deseo no nos pertenece. Deseamos lo que otros desean que deseemos. Hemos confundido la vida buena con la vida confortable».
Tipo brillante e inteligente hasta decir basta, dotado de un humor particular a medio camino entre el tópico chascarrillo andaluz y la fina ironía británica, es de esas personas con las que te podrías pasar horas de cháchara mientras dais cuenta de un buen whisky o un mejor vino. Generoso, siempre se pone al teléfono de este periodista cuando lo ha necesitado, y a él le debo el título de mi primer libro. Se acercaba la Navidad y el libro estaba listo, pero sin título. Ni la editorial ni yo dábamos con uno que nos gustara [que en el mundo editorial es lo mismo que decir uno que ayude a vender el libro]. Llamo a Eduardo para desearle felices fiestas y le explico mis tribulaciones. Me pide que le explique de qué va y al instante me suelta: «¡Comer sin pedir permiso!».
¡Eureka! Lo primero que me dije para mis adentros fue que era un maldito hijo de p… Después no me quedó más remedio que reconocer su genio, aceptar que no encontraría un título mejor, y recompensar a Eduardo, esa Navidad, con una caja con una selección de cavas catalanes, buenos de llorar. También porque unas semanas antes me había provocado con esta foto sosteniendo un cava de no sé dónde y acompañada de una pregunta de tono insolente y provocador.
Nada dogmático, ni mucho menos demagógico, Eduardo defiende una idea del mundo y de la vida que a todos nos debería gustar vivir. La buena vida va de
«(…) pensar más allá de los propios intereses e indagar en lo que es el bien, no lo que más me conviene. En cada situación concreta, qué es lo mejor que puedo hacer para que sea bueno para todos. Cuál es la mejor forma de vida es la pregunta fundamental sobre cómo vivir, ahora mismo».
No hay un yo sin un nosotros. Por eso a los que nos gusta comer de verdad, como a Eduardo, no nos gusta hacerlo solos.
"la historia de un hombre, siempre la escribe una mujer". Así es.