Sin la vaca en el prado, la lluvia también haría crecer la hierba
Un señor de Maine usa el argumento de la compasión para proponer menús veganos como alimentación exclusiva en los hospitales. Mientras, Donald Trump ha ganado las elecciones.
Érase una vez un dietista-nutricionista al que entrevisté que, por aquel entonces, no era vegano, pero ahora sí. Me explicó que aproximadamente el 60% de las personas ingresadas salía del hospital más desnutrido de cómo entró. El dato me impresionó porque se supone que de un hospital uno tiene que salir, si sale vivo, mejor de lo que entró, no peor. Pero lo cierto es que viendo las imágenes de muchas comidas de hospital que circulan por las redes —o si se ha tenido que acompañar a un pariente durante uno de estos ingresos hospitalarios— uno de inmediato se da cuenta de que hay pocas posibilidades de que eso no fuera como me contaba el dietista-nutricionista que no era vegano, pero ahora sí.
A los desayunos con bollería industrial y batidos de chocolate de sobre, todo bien de azúcar, se unen verduras muertas por un exceso de hervor, pescados desabridos, tanto de aspecto como de sabor, e incluso arroces más útiles como material de construcción que como sustento nutritivo del paciente. Por no hablar de la avalancha de los postres industriales. La fruta, cuando llega, tampoco suele ser para tirar cohetes.
Y sorprende mucho, porque se supone que los hospitales tienen en sus plantillas dietistas-nutricionistas que velan por el mayor interés de los enfermos. Y ahí tenemos otro punto importante, porque si la comida tiene que formar parte del proceso de recuperación del paciente, tanto como las medicinas y la habilidad del médico, también es importante que levante el ánimo, no solo que sea nutritiva. Que vengan, cuando llega la bandeja, ganas de hincarle al diente y no de solicitar una dosis mortal de morfina. Con el ánimo decaído, seguro que la recuperación se hace más cuesta arriba. A fin de cuentas, y después de haber reflexionado sobre el asunto cinco minutos, he llegado a la conclusión que lo que realmente mueve el mundo no es el dinero, ni la fama, ni mucho menos el sexo, sino el deseo.
Pero bueno, ya sabemos que psicópatas los hay en todas las profesiones, incluso en las más nobles. A caso, el motivo del desaguisado no sea otro que el hecho de que la salud se ha mercantilizado en extremo y en exceso, y los gestores de los hospitales deben pensar que un paciente estará más dispuesto a protestar y a demandar al hospital si este escatima en drogas, calmantes y en la limpieza de los quirófanos, que en el caso de que la comida sea una putísima mierda. Debe ser eso, porque todos sabemos que cómo en casa de uno —o la de la madre de uno— no se come en ningún sitio.
Pero vamos, que, en general, a los hospitales y a cualquier servicio de atención médica, le pedimos que nos cure o como mínimo nos alivie aquello de lo que padecemos y que para curarnos no nos tengamos que vender un riñón para pagarlo, lo que además de una cruel ironía del destino, sería una faena.
Así que estaba yo barruntando sobre todas estas cuestiones cuando me di de bruces con este artículo.
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